Sunday, November 26, 2006

Que lejos queda Nepal.

Son las 08:00am y espero mis huevos rotos y mis tostadas, ¡qué facil es ser un trotamundos viviendo como un marqués!. No viajaré a Nepal hoy, prefiero pasar la noche en Haridwar a los pies de la estación y coger otro autobús hacia el noreste mañana temprano, es la diferencia entre estar todo el día estresado y llegar a lo desconocido en mitad de la noche o pasar un día tranquilo, todo lo tranquilo que se puede estar en cualquier lugar en esta alocada India.

Son las 09:00am estoy en la estación de Rishikesh, el sol gopea los autobuses que se cruzan siguiendo rutas caóticas llenando el aire de polvo y arena. Una gran llamarada fluye de la cocina de uno de los puesto, alguien se sienta a mi lado y me pregunta de donde soy. Nadie sabe dónde está el autobú a Haridwar así que esperaré tranquilo a que algo ocurra, la gente ya sabe a donde voy y estoy seguro que se mueren por avisarme en cuanto lo vean.

El moto-rickshaw que me trajo aquí me quería cobrar 50rps cuando sabía perfectamente que el viaje era tan sólo de 10rps.

He notado que encuanto me pongo la gorra llamo más la atención como guiry, seguramente mis estridentes entradas les intimiden.

El conductor salta del autobús y grita en todas las direcciones el nombre de mi destino, consigo sentarme delante del todo.

NOTA PARA EL VIAJERO:
Si quieres vivir una inquietante experiencia procura sentarte en el asiento de alante del todo, si el asiento ya está ocupado y no tienes prisa, puedes esperar al siguiente autobús que sale cada 30 minutos.
FIN NOTA PARA EL VIAJERO.

El autobús se detiene en un paso a nivel, delante nuestro una docena de personas viajan en un carro encima de chatarra inservible: una bici quemada, troncos podridos, ladrillos usados, cuerdas grasientas, tablas agrietadas... aquí la gente no tiene nada y todo vale. Se cubren sus cuerpos y cabeza con una manta vieja, pasan frío, fuman, conversan y ríen, viven en la miseria pero siguen vivos en el mas completo sentido de la palabra, viven y saltan con energía, trabajan con obstinación (he visto gente picando piedras a los costados de la carretera a la luz de un candil). La bocina del tren vomita su rugido interminable como un gran barco con ruedas que nos advierte que más vale nada se interponga en su camino.

Son las 11:00am estoy en uno de los más confortables habitaciones de hotel en las que haya estado: bastante grande, el baño, espacioso, tiene una encimera aunque no agua caliente. Abro la ventana y una humareda de polvo se lanza a mis ojos, las vistas dan a un pequeño barrio de casas bajas de techos de uralita, la gente transita tranquila por sus callejuelas y un hombre de pie al sol de su patio permanece cabizbajo y pensativo. La vida ruge como una fiera a 50 metros a mi derecha donde se encuentra la calle principal.

Son las 15:00 horas, descanso tranquilo a orillas del Ganges intentando digerir el especiado thali que he comido junto a una familia hindú. He aprendido ha hacerlo con las manos y no es tan dificil ni pringoso, el truco es ayudarte continuamente con trozo de chapata y, sobretodo, lavarte bien las manos antes y después de comer. Olvídate de pedir servilletas en estos restaurantes.

Me dirijo hacia Har-ki-pain donde se supone que se celebra la ceremonia del fuego al igual que en Benarés pero en pequeño. Dos jóvenes empujan un bici-rickshaw cuesta arriba con un enorme y gordo hombre montado. Hombres y mujeres barren los costado de la carretera alejando la porquería de sus puestos y dejándola en medio de la misma. Un hombre con pantalones remangados recoge montones de basura descompuesta en capachos y los vuelca sobre una especie de container. Los puestos de limonadas, shamosas, arroz inflado, fruta fresca, chai, se anuncian orgullosos y coloridos como flores de jardín. Uno hombre con una simple tela tapando sus partes arrastra un palo y fuma presuroso. Las hermossa mujeres antepasadas de nuestros gitanos, se visten con telas sedosas dejando que se muestre parte de su oscura piel, sus rasgos son occidentales, irradian calor y salvajismo, sus ojos son brilantes pozos de marfil, son unas mujeres realmente atractivas.

La gente se cubre con jerseis y bufandas mientras a mí me sobra hasta la pulsera, si piensan que esto es invierno no me gustaría saber lo que es el verano.

Las bombonas de butano se transportan en bicicleta. Una mujer barre totalmente de la carretera lo que los demás han dejado. Detrás mío suena atronadora lo que debe de ser los Prodygi de aquí. Dos ancianas cubiertas con desgastadas telas se sientan al estilo indio y tosen a la carretrea viendo al vida pasar. Telas de diferentes colores pastel atadas a palos ondean inquietas a modo de banderas. Una perra marrón baja la cuesta a saltitos agitando indiscreta sus abultado pechos y se detiene en mitad de la carretera para abonarla.

Son las 22:00 horas, de nuevo en el hotel, espero a que me traigan una jarra de agua caliente para ducharme como un señorito, al final el rito del fuego de Haridwar fué un poco una decepción, no quemaban sus muertos como yo pensaba, en cambio, sembraban el río con barquitas hechas con hojas y llenas de flores y velas encendiada, el ritual no dejaba de tener su encanto.

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