Son las 07:00am, estoy en un rudimentario pero confortable tren camino a Haridwar desde donde cogeré un autobús hacía uno de mis destinos de larga estancia: Rishikesh.
El tren cruza por escenarios inaccesibles para mí de otra manera. Kilómetros de chabolas, barrios de estrechas casas de tres alturas, ríos negros con superficie sólida, templos en ruinas, figuras gigantes de Visnu y Shiva, enormes fábricas dormidas cubiertas de venas metálicas y altas chimeneas. En los descampados la gente que ha madrugado hace sus necesidades a la vista de todos nosotros, es como si fuera una exposición de estas colecionables figuritas de belén. Interminable vertederos sirven de comedero a los bueyes.
El tren es antiguo y desgastado, sin embargo los asientos son cómodos y espaciosos y el servicio no tiene nada que envidiar a nuestros talgos, por lo pronto ya nos han traido galletas y un té que nos lo sirven con la taza por un lado y un termo personal con el agua caliente.
Atravesamos muchos barrios de casas bajas en mal estado pero cuyos dueños caprichosos pintan de vivos colores y adornan con cariño.
El revisor tiene la frente pintada de naranja, un punto rojo y blanco entre las cejas y una gran barba recogida en un moño.
Veo vacas, Bueyes, gente desnuda, templos improvisados, tirras de cultivo en pequeñas parcelas, tiendas de campaña, casa de barro, casa gigantes, fábricas humeantes, vegetación exuverante, torres de telefonía movil, gente pintada con marcas tribales trabajando en su portatil, chabolas decoradas mientras su dueño limpia su 4x4 en frente, policías con palos, depósitos de agua en las azoteas, generadores, ciber cafés, mercados sujetos con palos, barberos con el espejo colgado de un árbol, la última de James Bond en el cine, taxis a pedales, graffitis...
Es como sí la máquina del tiempo se hubiera vuelto loca y me hubiera traído a la Edad Media pero un fallo haya permitido que parte del futuro se viniera conmigo, formándose este entrelazado de costumbre prehistóricas y los más avanzados regalos de la tecnología. Unos bueyes tiran del arado mientras a mí me preguntan si prefiero en menú vegetariano o no.
Son las 13:00pm, el trasbordo en Haridwar ha sido ágil y rápido, me he sabido deshacer con amabilidad de los taxistas y auto-rickshaws. La estación de buses es un poco desconcertante y ningún cartel sale en tu ayuda, he descubierto que los mejores informadores son los adolescentes, no los que te abordan con valentía, sino los que se quedan distantes, mirándote con timidez.
El viaje en autobús desde Haridwar a Rishikesh es la experiencia más excitante que he tenido en India. Sería fácil de describir si tuviera una cámara de video. Mi camara de fotos hace pequeños videos pero se olvida del sonido y esto es esencial para sentir la escena en todo su ambiente. Las secuencias de adelantamiento son más o menos como sigue: Yo, autobús, con un peso mayor que la moyoría de los elementos que aletean por esta carretera voy por donde me dá la gana y todo el mundo se debe apartar, incluso los que vienen de frente. Por eso mi claxon vibra atronador y mi motro ruge amenazante.
Pero hay otra criatura que se disputa valiente el dominio del asfalto y que tiene un duelo muy empatado con nuestro autobús: el camión. Maquillado como un dragón chino se encara a menudo con nuestro autobús, las dos bestias rugen y fruncen levemente el ceño miestras se mantienen la mirada, al final siempre hay un último milímetro en el que se pueden apartar y despedirse pitando. Las pequeñas criaturas desde las bicis a los auto-rickshaws deben callar y apartarse.
Rishikesh es un infierno del mismo modo que lo era Delhi, los mismo puestos, el mismo caos, el ruido,... Estaba tan arto de los conductores de auto-rickshaws que estaba dispuesto ha hacer el camino a mi hotel andando montaña arriba, al final compartí uno con más guiris pero le dije que me dejara a mitad de camino. El hotel lo he buscado mi guía trotamundos, es el New Bha Switt Cottage, habitación House n.3. La entrada al bloque de habitaciones donde está la mía es esquisita, parece un hotel de 5 estrellas pero en miniatura, con ambiente señorial y decoración con muchos rincones con sillones. Un hall con varias alturas y un mullido jardín en la entrada que parece musgo. El hotel en general es silencioso y está rodeado de bosque, creo que voy a estar super agusto. Mi habitación cuesta 250 rps/día.
Esto está lleno de lo que Javier llamaría "feel the route", gente que se integra en el sitio que visita, se pone sus ropas, imita sus costumbres, ... lo que no se dan cuenta es que aquí en la India nadie lleva esa pinta de hippies.
He conocido a Poul, un chico de Sudafrica, gordo y pelirrojo. Mientras hablábamos se ha sentado en el suelo y nos ha mostrado su arte un encantador de serpientes.
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